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Quino y Mafalda
La práctica del control y la producción de saber

por Cristina Borda

Hablar de los Fundamentos de la Práctica analítica es solidario de hablar de la transmisión, la enseñanza y la formación. Ese fue el nombre del último seminario realizado en la EFLA, donde una de las presentaciones tenía por tema el Análisis de control. Tema que anteriormente había sido abordado por el Cartel de clínica en la modalidad de un foro, con tres invitadas y la participación de los miembros de la escuela que formularon algunos interrogantes. Las preguntas recortaron la preocupación por la formación, el deseo del analista y principalmente por la autorización en los inicios de la práctica.

La inquietud por la práctica y su enseñanza es una cuestión compleja en psicoanálisis, ya que implica hablar de la singularidad, de cómo cada uno se autorizó. Es en el análisis donde el analista puede encontrar en lo que produce, el deseo del analista, pero ¿dónde aprende la práctica de la experiencia? Cómo se va a sostener el psicoanálisis para evitar su extravío y sus desviaciones, son algunos problemas que siempre mantienen, desde Freud, su actualidad. ¿Dónde se aprende la práctica? fue abordado por el cartel de enseñanza y por el de clínica, dando cuenta de su entramado.

Desprender la cuestión de la autorización, de la situación de inicios de la práctica y de cualquier ilusión pedagógica, es importante para poder otorgar el verdadero valor a la autorización del analista, en la vía de la transmisión del discurso del psicoanálisis. La autorización no se otorga, más bien, es algo que alguien puede quererlo para sí. El control es una práctica que no pertenece a los dispositivos de escuela; aunque no quiere decir que la escuela no pueda ofrecer ese espacio para quien quiera demandarlo. Y es muy importante que eso se sostenga así, fuera de toda obligación; porque lo que se regula como obligatorio, exime al sujeto de toda responsabilidad acerca de haber decidido algo, si no hay obligación hay decisión.

El psicoanálisis se funda en el acto analítico, y el acto es propio de la intensión, en la extensión no hay acto analítico; si lo hubiera se correría el riesgo de la profesionalización del acto analítico, y para nosotros la transmisión no tiene tanto que ver con lo que se sabe como sabido.

Freud ya en 1918, se preguntaba si el psicoanálisis se podía enseñar en la universidad. Dice, la orientación teórica se encuentra en la bibliografía, pero la práctica, además de adquirirla en su análisis podrá lograrla en el control. La preocupación por resguardar los conceptos del psicoanálisis y garantizar la transmisión, dio consistencia imaginaria al saber; es decir que el saber se recibe. Esto es ni más ni menos, que sostener la creencia pedagógica, que lo que hoy no se tiene, ya se va a tener y va a venir de otro, no de la relación con el Otro donde me constituyo como sujeto del inconsciente.

El peligro de privilegiar una dimensión del trípode freudiano, y que la enseñanza ocupe cada vez más lugar en las instituciones, conlleva a que el psicoanálisis se convierta en una especialidad académica; pero principalmente, el peligro es estar por fuera del discurso analítico, ya que otorga otra dimensión al lugar del saber. En psicoanálisis el saber es inconsciente, es decir está descentrado respecto del que habla, entonces la función de quien controla, es acompañar otorgando suposición de sujeto al saber que se produce, para que el controlante se autorice. Pueda crear y creer ahí.

La práctica es en transferencia. Y no puede ser con cualquiera, el controlante está en relación transferencial con ese al que le habla, y esto es necesario para que puedan ubicarse los lugares (SsS) y los tiempos ya que es apres coup, es por los efectos que puede decirse si algo aconteció. Sólo bajo estas condiciones, lo que un analista que dirige una cura puede decir a otro analista que lo escucha sobre su práctica, tendrá la posibilidad de estar despojado de su subjetividad, sus prejuicios y sus ideales; porque esto no es realizable a voluntad, sino porque lo que surge y acomoda la escucha, lo que permite al controlante autorizarse es encontrar el saber que produce ahí, como insabido, y que es la estructura misma de la producción de saber, respecto del cual el sujeto es indeterminado. Se produce donde no había, a condición de que se encuentre en función, el deseo del analista. En ese momento quien sostiene esa función que funciona como causa, es el analista de control y de este modo crea la condición para que el controlante se autorice por lo que él dice. Por el saber inconsciente que no estaba antes y que existe por hablar. Lo inexistente no equivale a una nada, se construye. Es importante diferenciar que una cosa es el SsS y otra cosa es, atribuirle al controlador saber sobre el analizante, lo que “no sabía”, no puede recibirlo, pues es lo que descubre hablándole a otro; esto es lo que sería la estructura de un control. Que emerja un sujeto respecto de ese saber que se construye.

En el control, se cuenta de a tres, no hay intersubjetividad, tal como nos lo demuestra el chiste. Para que alguien pueda hacer un chiste, sólo basta que haya uno que mantenga viva la lengua, no es imprescindible la relación dual, aunque hubiera uno solo poseedor de la lengua, habría un Otro. En la película “El náufrago”, Tom Hanks, le habla con ironía y le hace chistes a una pelota que tiene dibujado los rasgos de una cara. Es obvio que no es la pelota quien ríe, la risa sarcástica, es efecto de lo que se dijo, a quien lo pudo escuchar o sea, el propio protagonista. Ese decir se convierte en dicho porque es escuchado. La estructura del chiste, que no debe confundirse con lo cómico es que en el chiste se pone en evidencia dos estados diferentes del significante. Está el discurso corriente constituido por semantemas, alguien habla y se le entiende, hay sentido; y está el estado de la cadena significante, permeable a los efectos de la metáfora y la metonimia. O sea que cuando alguien habla en el discurso corriente, aparece el Je, que señala al que habla, la aparición de un objeto; que en el caso de la autorización, es el deseo del analista. El analista de control, acompaña para que ese objeto emerja de un modo singular para cada quien.

Cuando el controlante se dirige al controlador, se dirige en busca de un saber, tan explícitamente como en el análisis en intensión. El controlador se sitúa como analista en relación al saber supuesto; el controlante no se dirige al controlador, no hay intersubjetividad, se dirige al sujeto supuesto; el controlante no es ni alumno ni analizante, se encuentra en un tiempo y espacio para hablar de la práctica, a otro analista.

Entonces en la práctica de control, más que enseñar acerca de la experiencia, lo que se transmite es una lógica del discurso; y con ello el modo como los analistas estamos sujetados al discurso analítico, cómo funciona, y no tanto cómo lo practica cada uno. Se trata de transmitir el sentido de la experiencia y no su contenido.

“El funcionamiento en el control, es de la extensión a la intensión y vuelve a la extensión”1; es crear las condiciones para que el relato del controlante se ordene en discurso bajo transferencia, y vuelva a la extensión en la transmisión, para que el psicoanálisis continúe. Que aquel que se disponga a practicarlo pueda adquirir para sí, aprehender los fundamentos de la práctica, produciéndolos, sin ahorrarse su singularidad.

La irreductibilidad de lo singular, conduce a una positividad: la afirmación del real de la falta que la inconsistencia en el saber revela. Transmitimos lo que no tenemos, a causa del deseo que no puede ser transmitido. ¿Qué debe saber el analista? Ignorar lo que sabe, ya que en la situación analítica hay una suposición, que la palabra es un acto que supone un sujeto.

Cristina Borda
m.cristinaborda@yahoo.com.ar


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1Verónica Kohen